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Si hay un lugar que resulta raro ver vacío, es la calle del Sol (la antigua calle del Carmen), que hace años logró unir a sus locales hosteleros, pero también a los de otro tipo en torno a un proyecto basado en la cultura que aprovechaba cada cambio de estación para sacar, literalmente, el arte, la música, y, sobre todo, la gente, a la calle, en unas escenas que hoy, directamente, nos parecen no propias del pasado, sino casi ciencia ficción.
Dejamos que nos guíe por ella una de sus musas, habitual de los conciertos y una cara amiga muchos años al otro lado de la barra del Rvbicón: Yenia Popova, la voz de Chebü.
Yenia repasa la “diversidad humana”, “fuente de riqueza desde la convivencia del día a día”, y el “aire alternativo” que se palpa en esa calle establecimiento a establecimiento, con espacios como El Rvbicón, La Caverna de la Luz, la antigua librería Roales, el Mono que Chilla, el Urban.. , “en los que una vez que cruzas la puerta te olvidas del teléfono móvil, del reloj y de tus problemas para disfrutar de una conversación, una exposición de fotografía, un concierto de jazz, una banda local, una obra de teatro, un recital de poesía o de una buena cerveza”, nucleados en torno a la asociación Sol Cultural.
Uno de sus locales más emblemáticos, el que ha conseguido que las palomitas a la pimienta sean tan santanderinas como las rabas, es el Rvbicón, un local con décadas de historia y con experiencia en la programación estable –los miércoles jazz, los domingos las sesiones abiertas a las jam de improvisación, sin olvidar ciclos que organiza como el de Raqueros del Jazz–, además de, también, en los mensajes de respeto a la diversidad sexual en sus paredes, cuando el tema no estaba aún en muchas agendas.
“Lo estamos pasando mal, muy mal”, cuenta a EL FARADIO Marcos, del Rvbicón –en realidad es apellido, pero a estas alturas ya no podemos cambiarlo–, que explica que el principal problema es que los locales hosteleros de allí son pequeños, por tanto, con menor capacidad de aforo cuando se dan restricciones, a lo que se suma además la imposibilidad de tener terrazas.
Tres centímetros de acera tienen la culpa. Son los que le faltan para cumplir las condiciones con la que podrían pedir una terraza que, no obstante, ven en otras calles, lo que les hace sentirse “estigmatizados”.
UNA CUESTIÓN DE MODELO DE CIUDAD
Suma y sigue: podrían tener terrazas si la calle del Sol fuera peatonal, pero en realidad es semipeatonal, es decir, siguen pasando los coches, sólo que con la acera al mismo nivel que la calzada.
“La calle semipeatonal es el mayor invento y rimo de este Ayuntamiento”, critica con dureza, explicando que “hay alternativas”: “sólo con quitar los pivotes, les saldría gratis hacerla peatonal, sin hacer obras”, apuntando a que tal vez sea ese el motivo de que no se dé el paso.
Un paso que, de cualquier modo, augura que acabarán adaptando forzados por la Unión Europea: “si quieres que los centros de las ciudades sean habitables, tienen que ser peatonales”. De todo esto les gustaría poder hablar con el Ayuntamiento de Santander, al que desde marzo le han remitido seis correos, sin respuesta, relata remarcando que “ahora es esencial tener terraza: sin terraza estás muerto, asfixiado”.
Keruin Martínez, del Rvbicón, Sol Cultural y Amberes, llama la atención sobre el “clamor” hacia la peatonalización.
Una decisión con la que “cambiarían las tornas”, que no sólo hubiera reforzado la capacidad de repuesta de los negocios de la zona, sino que, y entramos en un debate de fondo hacia el modelo de ciudad, ayudaría a ”generar espacios de habitabilidad más coherentes con lo que, a todas luces, es un futuro no tan lejano”.
“Ese futuro que pasa por la redefinición de los espacios urbanos con vistas a la articulación de una respuesta a los desafíos medioambientales”, comenta con EL FARADIO, a quien recalca que “”la necesidad de peatonalizar la calle del Sol va más allá de la situación de pandemia actual, sino que sería una medida dentro de un programa urbanístico más amplio que, impresión personal, no parece existir para la ciudad de Santander”.
LOCALES PEQUEÑOS
Las terrazas pueden ser de distintos modos: enfrente está El Mono Que Chilla, a cuyo frente está un rostro –y una barba—conocido en el mundo de los bares y la música, del jazz al rock, en este caso.
TT Boy (leído ‘titiboy’ y nos ahorramos contaros a quién evoca el nombre) está solo en el bar, y se las ingenia con tres posacopas en el exterior (esas superficies de madera en las que el espacio se limita al necesario para dejar el vaso), y que cuentan, a efectos administrativos, como terraza.
Con menos rotación de clientes, casi refugiado entre los de casa, los constantes, a los que manda un abrazo, defiende que Sol “es una calle que nunca da problemas”, en la que “nos llevamos bien entre todos los bares” y con una edad media alta que hace que tengan especial cuidado con no provocar molestias a los vecinos.
“Nos sentimos un poco dejados, abandonados y en desventaja respecto al resto de ciudad, a sitios que no tenían terraza y si tienen”, admite a EL FARADIO.
UNA CALLE VOLCADA A LA CULTURA
Pero ojo, no hablamos sólo de bares, sino de otros espacios como la librería Roales o La Caverna de la Luz, volcado en la fotografía de autor.
A su frente, Javier Vila, tirando también del carro en Sol Cultural, cuyo objetivo es, literalmente, “sacar la cultura a la calle” a través de eventos (los solsticios, los cambios de estación) con una “dilatada trayectoria” que fueron de los primeros en suspenderse cuando lo de marzo se volvió una maldita primavera.
En Sol Cultural han suspendido prácticamente toda la actividad: los talleres para niños, los conciertos, ciñéndose a los concursos de fotografía, microrrelatos o carteles, que además han orientado su tema, común, a la propia pandemia.
Vila lamenta que se esté haciendo “pagar al pato” a la cultura, pese a que sea “donde mejor se están cumpliendo los protocolos”.
UNA CALLE «CON SABOR A BARRIO» EN LOS QUE «TODOS SE CONOCEN POR SU NOMBRE»
Cerramos el recorrido por la calle del Sol por uno de los que más, literalmente –y con permiso de José Ramón Saiz Viadero, autor de un libro monográfico sobre su historia, porque ha resultado ser una calle que da para todo eso–, la ha retratado en su faceta de fotógrafo.
En su blanco y negro característico, Keruin Martínez ha fotografiado rostros y escenas de “una calle aún con sabor de barrio, en el que muchas de las actividades, y el ambiente en general, vibran en el exterior de los locales y los apartamentos, sea invierno o verano”.
Como resume Yenia Popova, “la calle del Sol aparenta ser un lugar común de la ciudad con sus bares, su panadería o carnicería; sin embargo, es un espacio con alma y carácter propios y un espíritu vecinal, de solidaridad y unidad tan propio de los barrios de antes. Esos barrios en donde todas las personas se conocían por su nombre, las puertas estaban abiertas y los problemas se resolvían en grupo”.